Había una editorial A que editaba material de la editorial americana X.
Perdió los derechos.
La editorial A tenía un jefe muy misterioso del que todo el mundo decía pestes por detrás. Tenía más peligro que Hannibal Lecter practicando sexo oral. Los rumores volaban. El más usual era decir que había colocado a unos amigos, a cambio de una suculenta comisión, al mando de la venta por correo de atrasados. Cuando la editorial A ya no podía vender éstos, los encargados seguían vendiendo material.
La editorial A y la editorial B intentaron conseguir los derechos de la editorial C.
Decían que la editorial A envió una limusina a recibir a los encargados que mandaron desde C y que había puesto todo su empeño en conseguir esos derechos.
Los consiguieron.
El misterioso jefe desapareció un día de la editorial A. Decían que lo habían despedido, que se había ido, que lo habían trasladado. Nadie sabía nada seguro, como siempre. Era un hombre misterioso a fin de cuentas.
Los amigos del hombre misterioso seguían vendiendo. Incluso empezaron a tener ciertas responsabilidades editoriales.
Un día esos amigos le quitaron los derechos de la editorial C a la editorial A.
Nadie sabía dónde estaba el hombre misterioso.